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CUENTOS

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Un águila seguía siempre al rebaño. Su grito resonaba en todo el ámbito azul del día, las ovejas se paraban mirándola, a veces volaba tan terrera que se sentía el ruido de sus plumas y de su pico, y toda su sombra pasaba por los vellones de las reses. Tendíase el pastor encima de la grama, y se apretaba el ganado contra el peñascal del resistero. Todo el hondo era de sol: labranza roja, árboles tiernos, huertas cerradas, caseríos como escombros, caminos hundidos en el horizonte de humo... El pastor pensó: «Veo más mundo del que podré caminar en mi vida, y él no me ve, si ahora viniese el hijo del amo, y yo lo despeñara, nadie lo sabría, estando delante de tanta tierra.» Se revolvía muy contento, hundiendo la nuca en el herbazal, pero le roía la frente una inquietud como de párpado que quiere abrirse, y alzaba los ojos. Agarrada a las esquinas de un tajo, doblándose toda, le miraba el águila. El pastor botaba, y maldecía, y apuñazaba el aire como un poseído. Crujía su honda, y zumbaba su cayado. Y el águila se iba elevando. Cuando se acostaba en la besana la sombra del monte, el pastor recogía su rebujal, el mastín sendereaba a los recentales y acudía por las ovejas zagueras. Arriba, despacio y recta volaba el águila, vigilándoles su camino. Toda la soledad estaba para el hombre llena del furor de los ojos del ave flaca y rubia, se sentía adivinado en sus pensamientos. ¿No hubo palomas enamoradas de hombres y corderos apasionados de mujeres? Pues el pastor y el águila se aborrecían. «¿Desde dónde estará mirándome ahora?», se preguntaba de noche el pastor. Y escondió armadijos cerca de la majada, y les puso cebo de carroña, de tasajo y hasta el pan de su comida.
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Preis

14,50 CHF