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Deja que el mar entre
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Miro viejas fotos. Estoy en Venecia, de viaje de estudios. Me había costado
convencerla ...van todos, sólo faltaría yo. Ese gasto extra, no previsto
en el balance familiar, suponía unos pocos miles de liras, pero mi madre se
lo tenía que pensar bien. Asistía al instituto gracias al empujón de finales de
los años sesenta que estaba cambiando las connotaciones del mundo. Como
muchos otros jóvenes que, de forma un poco abusiva, pasamos por la grieta
abierta en el único orden de cosas conocido. Irrupción del mundo inferior
sobre la escena principal.
Allí estaba yo también y por nada del mundo habría perdido la ocasión
de esos días fuera de casa. Tenía que llevar el asunto a un terreno que sabía
que me era favorable. Ese que recorren los pobres a los que no les basta
una vida entera para ver el sol. La garantía de poder continuar el camino y
cargar sobre sus hombros los fracasos de generaciones pasadas es la razón
de tener tantos hijos. Pasaba esto también entre mi madre y yo: mensajes
confusos, preguntas difíciles y calladas autorizaciones. Con la complicidad
de humilladas esperanzas y nuevos osadías.
... ¡Al menos se podrá decir que en una familia llena de vénetos, alguno
ha visto el campanario de San Marcos... te lo contaré todo y después, con
mi primer sueldo, iremos juntas!
Estaba convencida de que lo haríamos, y cada vez que he vuelto a
ver esas fachadas reflejadas en los canales, una punzada me ha recordado
que no había podido cumplir mi promesa. Una ocasión perdida
para compartir tanta belleza. Un regalo que la vida no siempre
concede.
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