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Nuestra preguerra, Una generación en la tormenta
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Nuestro periodo de preguerra no fue el de todos, lo sé. Se trata de la vida de antes de la guerra de un pequeño grupo de amigos, algunos de ellos alejados de la época en la que vivían, pero imagino que a través de los detalles de sus vidas individuales conservaban algunas posesiones bastante comunes. No voy a hacer confidencias aquí, no estoy de humor para ellas, prefiero hablar de mis compañeros que de mí mismo. Pero por necesidad, estos compañeros han atravesado un universo y un tiempo que pertenecían a otros. Salieron a la luz del día cuando la posguerra estaba terminando, cuando las ilusiones se cernían al son de los violonchelos ginebrinos, descubriendo París al mismo tiempo que los encantos del cine mudo, el teatro en su vitalidad, la poesía en su pureza, la anarquía en su encanto, avanzaron poco a poco hacia un planeta lleno de guerras posibles, hacia la exasperación de los nacionalismos, hacia el olvido de las torres de marfil y las preocupaciones del arte puro. Era una aventura más grande que la nuestra, y la propia aventura de la historia contemporánea: nosotros también lo sabíamos.Nuestras escuelas, nuestras revistas, nuestras casas, nuestros viajes, nuestros placeres, no eran más que las apariencias pecaminosas, me parece, con las que se nos designaba nuestro tiempo. Al describirlos en su particularidad, ya tengo la impresión de estar dirigiendo una excavación. Sea cual sea el futuro, ya no nos parecerá igual ni a nosotros ni a los demás. España en guerra, la santa exaltación del año triunfal, es cosa del pasado. La vida despreocupada de un estudiante en París, a través de ciertos cafés, ciertos restaurantes, ciertos cines, ciertos teatros, hoy transformados o desaparecidos, es cosa del pasado. Los trajes efímeros, tan difíciles de reconstruir de memoria, las canciones de moda, las boinas de la marina americana, las guitarras hawaianas, las corbatas de batik o de lana gruesa, las melodías de Mireille, los cuentos de hadas, las danzas antillanas, la poesía pura, todo ello, revuelto, es historia. Y el teatro ya no será lo mismo para nosotros, puesto que ya no leeremos el artículo de Lucien Dubech sobre un espectáculo de Georges Pitoëff, y puesto que ambos regresaron con premura, en los primeros días de la guerra, al país de las imágenes y los fantasmas.
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